Por Teresa Carreón
Publicado en la Revista Funerarias Digitales. Número 3 del mes de enero de 2022.
En el Rancho Santa María II, en el estado de Chihuahua, fueron localizados unos restos humanos muy antiguos, de hace 3,000 años, registrados hasta el día de hoy que los ubican para el período Arcaico Tardío/comienzos de la agricultura. Debido a que dicho hallazgo muestra el 80% del esqueleto de un individuo subadulto con características morfológicas de crecimiento óseo correspondientes con un rango de edad entre los 10 y los 14 años, de entre 1.20 m y 1.40 m de altura y perteneciente al género femenino, se le llamó “Ricarda”. Su muerte se registró en alrededor de 1260 a. C. por causas desconocidas, pero el hecho de haber sido encontrada en posición fetal indica que fue cuidadosamente depositada y que pertenecía a una comunidad que se preocupaba por el descanso final de sus miembros.
Por las características de sus dientes, se sabe que Ricarda consumió una dieta de granos y semillas recolectadas en la región; las marcas moderadas de estrés músculo-esquelético indican que perteneció a una comunidad cazadora-recolectora que comenzaba a experimentar con la práctica de la agricultura. Por ende, el estudio de sus huesos permitió deducir que sus labores cotidianas fueron el acarreo de agua y madera, realizó largas caminatas o manufactura de alimentos con el uso de metate, tuvo una dieta moderada en proteínas de origen animal, frutos y verduras. Sin embargo, el análisis no pudo determinar la causa temprana de su muerte.
El entierro de Ricarda fue identificado durante la recolección de material de superficie. La parte del sitio donde se hizo el hallazgo presentaba grandes grados de erosión, lo que no permitió la identificación del hueco o pozo donde fue depositado. El entierro se localizó en posición de decúbito dorsal flexionado izquierdo y no había material u ofrenda de acompañamiento, y si lo tenía y era de material orgánico, ya no se localizó.
El trabajo arqueológico permite reconstruir las formas de vida antiguas. Se localizó, identificó, analizó y dedujo la información anterior de Ricarda, lo que otorga un mayor conocimiento de nuestros antepasados más antiguos, sus costumbres, su dieta, sus ritos.
Dada la existencia de yacimientos arqueológicos en los que se han encontrado huesos humanos aparentemente colocados aposta, se ha planteado que nuestros ancestros sí podían entender que era la muerte. Los investigadores Peter Metcalf y Richard Huntington afirmaron que la muerte es universal, sin embargo, las reacciones ante ella no lo son. La muerte es una idea abstracta, es comprender que es un fenómeno irreversible, que quien se muere se va para siempre.
El no haber encontrado ofrendas con los restos de Ricarda no garantiza que no hubiera un ritual, ya que la posición en que fue encontrada da cuenta de ello. El ajuar es indicador de un pensamiento ceremonial, de dejar cosas al muerto para que se las lleve al otro mundo.
Desde tiempos remotos estas prácticas han evolucionado a la par de la humanidad y se han adaptado a los cambios de las distintas civilizaciones convirtiéndose en parte importante de sus tradiciones. En la actualidad, muchos indígenas de México preservan prácticas rituales ancestrales con su respectiva adaptación al mundo en que se vive; entre ellos se encuentran los rarámuri o tarahumaras, quienes en el ritual de “subir al cielo” a sus difuntos, realizan un acto solemne que alude a sus tradiciones y a su concepción sobre el mundo de los muertos.
Para el rarámuri la muerte debe ser aceptada con serenidad porque obedece al llamado que realiza “el de arriba”. Carl Lumholtz descubridor y etnógrafo noruego, especialista en la cultura de Aridoamérica en México, afirmó en 1904 que cuando fallece un individuo a pesar de todos los esfuerzos del curandero por salvarle, los indios dicen que se va porque lo han llamado o se lo llevan los que se han ido antes.
El día que fallece, la persona es velada toda la noche por la comunidad muy en paz, muy tranquila, sin grandes expresiones de dolor y con mucho respeto. Al día siguiente, cuando se le lleva a enterrar, antes de sepultarlo, la familia le encarga a una persona con experiencia –porque no puede ser cualquiera, sino alguien que sepa hacerlo–, que se encargue de celebrar el ritual para ayudar al muerto a “subir al cielo”. Esta tarea la realiza el owilúame o curandero, quien inicia rociando pinole batido en la fosa y un poco sobre el cuerpo antes de cerrar la caja.
Todavía a principios del siglo xx, de acuerdo con la tradición oral compartida, se envolvía el cuerpo en una cobija, pero por disposición de la municipalidad tuvieron que empezar a utilizar el cajón, el cual permanece abierto hasta el último momento para que los parientes puedan colocar agua, pinole, los huaraches, sus cosas para el camino. Antes no sepultaban a sus muertos en cementerios, sino que lo hacían en cuevas o lugares que consideraban sagrados. Se creía y se sigue creyendo, que las cuevas son conductos de comunicación con el otro mundo.
Respecto al sentido tradicional que tiene la práctica de colocar piedras sobre las tumbas, es para que el peso de estas impida que el muerto escape, persiga, asuste o cause alguna enfermedad a los deudos. Por eso, tampoco se llora a los muertos, pues existe la creencia de que el muerto podría llevárselos.
El acto de la muerte es uno de los pasos más trascendentales, pleno de significado extraordinario, entre el conjunto ritual de las tribus cazadoras-recolectoras como a la que perteneció Ricarda, pero lo seguirá siendo posteriormente entre las comunidades sucesivas, aportando un ceremonial más sofisticado, unido íntimamente a unas creencias más elaboradas.
Fuentes:
1.- “Un entierro del Arcaico chihuahuense”. La vida en los albores de la agricultura. Gallaga Murrieta, Emiliano y Villa Zamorano, Moisés. Revista Arqueología Mexicana. Noviembre – diciembre de 2021. Vol. XXVIII, num. 171.
2.- Subir al cielo: Ritual funerario rarámui. Sánchez, Salvador y Rangel, Efraín. Enhttps://elibros.uacj.mx/omp/