martes, 25 de enero de 2022

Ricarda y los rituales de la muerte en Chihuahua

Por Teresa Carreón

Publicado en la Revista Funerarias Digitales. Número 3 del mes de enero de 2022.

 En el Rancho Santa María II, en el estado de Chihuahua, fueron localizados unos restos humanos muy antiguos, de hace 3,000 años, registrados hasta el día de hoy que los ubican para el período Arcaico Tardío/comienzos de la agricultura. Debido a que dicho hallazgo muestra el 80% del esqueleto de un individuo subadulto con características morfológicas de crecimiento óseo correspondientes con un rango de edad entre los 10 y los 14 años, de entre 1.20 m y 1.40 m de altura y perteneciente al género femenino, se le llamó “Ricarda”. Su muerte se registró en alrededor de 1260 a. C. por causas desconocidas, pero el hecho de haber sido encontrada en posición fetal indica que fue cuidadosamente depositada y que pertenecía a una comunidad que se preocupaba por el descanso final de sus miembros. 



          Por las características de sus dientes, se sabe que Ricarda consumió una dieta de granos y semillas recolectadas en la región; las marcas moderadas de estrés músculo-esquelético indican que perteneció a una comunidad cazadora-recolectora que comenzaba a experimentar con la práctica de la agricultura. Por ende, el estudio de sus huesos permitió deducir que sus labores cotidianas fueron el acarreo de agua y madera, realizó largas caminatas o manufactura de alimentos con el uso de metate, tuvo una dieta moderada en proteínas de origen animal, frutos y verduras. Sin embargo, el análisis no pudo determinar la causa temprana de su muerte. 

          El entierro de Ricarda fue identificado durante la recolección de material de superficie. La parte del sitio donde se hizo el hallazgo presentaba grandes grados de erosión, lo que no permitió la identificación del hueco o pozo donde fue depositado. El entierro se localizó en posición de decúbito dorsal flexionado izquierdo y no había material u ofrenda de acompañamiento, y si lo tenía y era de material orgánico, ya no se localizó. 

          El trabajo arqueológico permite reconstruir las formas de vida antiguas. Se localizó, identificó, analizó y dedujo la información anterior de Ricarda, lo que otorga un mayor conocimiento de nuestros antepasados más antiguos, sus costumbres, su dieta, sus ritos. 

          Dada la existencia de yacimientos arqueológicos en los que se han encontrado huesos humanos aparentemente colocados aposta, se ha planteado que nuestros ancestros sí podían entender que era la muerte. Los investigadores Peter Metcalf y Richard Huntington afirmaron que la muerte es universal, sin embargo, las reacciones ante ella no lo son. La muerte es una idea abstracta, es comprender que es un fenómeno irreversible, que quien se muere se va para siempre. 

          El no haber encontrado ofrendas con los restos de Ricarda no garantiza que no hubiera un ritual, ya que la posición en que fue encontrada da cuenta de ello.  El ajuar es indicador de un pensamiento ceremonial, de dejar cosas al muerto para que se las lleve al otro mundo. 

          Desde tiempos remotos estas prácticas han evolucionado a la par de la humanidad y se han adaptado a los cambios de las distintas civilizaciones convirtiéndose en parte importante de sus tradiciones. En la actualidad, muchos indígenas de México preservan prácticas rituales ancestrales con su respectiva adaptación al mundo en que se vive; entre ellos se encuentran los rarámuri o tarahumaras, quienes en el ritual de “subir al cielo” a sus difuntos, realizan un acto solemne que alude a sus tradiciones y a su concepción sobre el mundo de los muertos. 

          Para el rarámuri la muerte debe ser aceptada con serenidad porque obedece al llamado que realiza “el de arriba”. Carl Lumholtz descubridor y etnógrafo noruego, especialista en la cultura de Aridoamérica en México, afirmó en 1904 que cuando fallece un individuo a pesar de todos los esfuerzos del curandero por salvarle, los indios dicen que se va porque lo han llamado o se lo llevan los que se han ido antes. 

          El día que fallece, la persona es velada toda la noche por la comunidad muy en paz, muy tranquila, sin grandes expresiones de dolor y con mucho respeto. Al día siguiente, cuando se le lleva a enterrar, antes de sepultarlo, la familia le encarga a una persona con experiencia –porque no puede ser cualquiera, sino alguien que sepa hacerlo–, que se encargue de celebrar el ritual para ayudar al muerto a “subir al cielo”. Esta tarea la realiza el owilúame o curandero, quien inicia rociando pinole batido en la fosa y un poco sobre el cuerpo antes de cerrar la caja. 

          Todavía a principios del siglo xx, de acuerdo con la tradición oral compartida, se envolvía el cuerpo en una cobija, pero por disposición de la municipalidad tuvieron que empezar a utilizar el cajón, el cual permanece abierto hasta el último momento para que los parientes puedan colocar agua, pinole, los huaraches, sus cosas para el camino. Antes no sepultaban a sus muertos en cementerios, sino que lo hacían en cuevas o lugares que consideraban sagrados. Se creía y se sigue creyendo, que las cuevas son conductos de comunicación con el otro mundo. 

          Respecto al sentido tradicional que tiene la práctica de colocar piedras sobre las tumbas, es para que el peso de estas impida que el muerto escape, persiga, asuste o cause alguna enfermedad a los deudos. Por eso, tampoco se llora a los muertos, pues existe la creencia de que el muerto podría llevárselos. 

          El acto de la muerte es uno de los pasos más trascendentales, pleno de significado extraordinario, entre el conjunto ritual de las tribus cazadoras-recolectoras como a la que perteneció Ricarda, pero lo seguirá siendo posteriormente entre las comunidades sucesivas, aportando un ceremonial más sofisticado, unido íntimamente a unas creencias más elaboradas. 

 

Fuentes: 

1.- “Un entierro del Arcaico chihuahuense”. La vida en los albores de la agricultura. Gallaga Murrieta, Emiliano y Villa Zamorano, Moisés. Revista Arqueología Mexicana. Noviembre – diciembre de 2021. Vol. XXVIII, num. 171. 

2.- Subir al cielo: Ritual funerario rarámui. Sánchez, Salvador y Rangel, Efraín. Enhttps://elibros.uacj.mx/omp/index.php/publicaciones/catalog/download/60/52/587-1?inline=1 

jueves, 7 de octubre de 2021

La Conquista de México: una necesaria revisión de las pruebas sobre lo ocurrido

Texto de  23/07/16

A lo largo de la historia de nuestro país, se han contado los hechos de la Conquista con base en distintas versiones e interpretaciones de las crónicas que pasaron de boca en boca y de pluma en pluma, y que, así como los mitos, cuentos y rumores, fueron adquiriendo nuevos detalles y matices. De ahí la necesidad de cuidar el uso de las fuentes y de comparar y valorar los distintos testimoniosLa Conquista de México: una necesaria revisión de las pruebas sobre lo ocurrido*


A poco tiempo de la conmemoración de los quinientos años de las primeras expediciones que partieron de Cuba, las cuales llevaron a los españoles a descubrir las costas de Yucatán y Tabasco (Francisco Fernández de Córdoba en la primavera de 1517 y Juan de Grijalva en la del año siguiente, respectivamente) y concluyeron con la Conquista de México-Tenochtitlan por Hernán Cortés en el verano de 1521, salta a la vista la necesidad de revisar los testimonios que en su momento dieron cuenta de tales hechos, a fin de saber si es posible seguir confiando en ellos. Para emprender esta tarea es deseable tomar en cuenta la naturaleza de dichos testimonios, los deseos y las intenciones de sus autores; las normas y los imperativos morales que los guiaron; el contexto en el cual se produjeron y la lógica cultural a la que respondieron.

Lo anterior resulta imprescindible porque todo parece indicar que la única fuente escrita por un testigo ocular de los sucesos es la legada por Hernán Cortés con sus tres primeras cartas de relación. Él seleccionó los acontecimientos que narra, desde sus incursiones en las costas yucatecas hasta la caída de México-Tenochtitlan, les asignó la secuencia cronológica y los dotó de coherencia y significado. La mayoría de los cronistas civiles y eclesiásticos posteriores que también narraron la gesta no presenciaron los hechos y, si bien agregaron novedades, estas no modificaron lo asentado por el conquistador extremeño, pues se refirieron a asuntos particulares y periféricos o introdujeron ornamentos y cambios relacionados más con la forma que con el contenido.

¿Por qué creer en lo que Hernán Cortés dice haber visto, escuchado y vivido?, ¿es posible confiar en una única versión de los hechos de la Conquista de México?, ¿acaso para aproximarse a la verdad no es imprescindible cruzar los testimonios, confrontar a los testigos y practicar permanentemente la sospecha?, ¿deben los argumentos de toda narración histórica sustentarse en pruebas?

Es cierto que existieron algunos testigos oculares, aparte de Hernán Cortés, que también dejaron testimonios escritos sobre los avances de los conquistadores hacia el centro de lo que hoy denominamos territorio mexicano; sin embargo, la mayoría de ellos fueron sus fieles aliados y servidores, y algunos, en parte para elogiarlo, escribieron décadas después de haberse consumado la Conquista, cuando el tiempo, las dificultades y tal vez los traumas vividos habían distorsionado considerablemente su memoria. Por otro lado, es probable que se sumaran a la colectivización del relato emitido por la máxima autoridad de la empresa o que conocieran y tomaran como base las Cartas de relación.

En las pocas páginas que comprenden la crónica de Andrés de Tapia1 —uno de los capitanes cuyo nombre aparece varias veces en los escritos de Cortés porque al parecer mantuvo gran cercanía con él desde su embarco en Cuba— se consignan en forma incompleta, épica y panegírica algunas situaciones previamente descritas por su superior. Las novedades que introduce son detalles descriptivos y prácticas religiosas indígenas que, para mediados del siglo xvi, los españoles habían convertido en estereotipos, como el del sacrificio humano ejecutado en lo alto de los templos, consistente en la extracción del corazón de la víctima, el lanzamiento de su cuerpo descuartizado gradas abajo, la ofrenda del órgano al sol, etcétera.2

Otro soldado a las órdenes de Cortés, Francisco de Aguilar, también redactó una sucinta relación de la Conquista, pero lo hizo cuarenta años después, entre 1560 y 1569, cuando ya había ingresado a la Orden de Predicadores de Santo Domingo y contaba con más de ochenta años de edad. En su texto, al igual que en el de Tapia, la selección, la secuencia y la interpretación de los acontecimientos se ciñen a las Cartas de relación del conquistador. Lo mismo ocurre en la Relación de méritos y servicios de Bernardino Vázquez de Tapia, escrita en 1542 para contribuir a la derogación de las Leyes Nuevas que afectaban a los antiguos conquistadores al introducir la extinción de las encomiendas concedidas y prohibir la esclavización de los indios. Aquí, el autor incluye las actividades de los cargos que desempeñó durante la Conquista y algunos elementos descriptivos nuevos que no modifican la esencia del relato cortesiano. Tal es el caso del apedreamiento de Moctezuma, para el cual cambia —como lo hacen otros cronistas— los componentes de la escena, pero deja intocado el hecho, sus circunstancias y consecuencias: la muerte del emperador azteca a causa del rechazo de su propio “pueblo”.3

Por supuesto, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, la extensa obra del soldado cortesiano Bernal Díaz del Castillo, es la más destacada de las producidas por los pocos testigos presenciales que escribieron. A pesar de las revisiones, discusiones y polémicas, esta obra ha sido la base de las historias antiguas y contemporáneas de la Conquista. Pero si bien este soldado —más tarde regidor de la ciudad de Guatemala— proporciona datos sobre la vida y las hazañas de sus compañeros, así como discursos y reflexiones que amplían, complementan y en ocasiones explican mejor lo afirmado por Cortés, su historia, concluida hasta 1575, no cuestiona lo narrado por aquel. Bernal toma párrafos casi textuales de las Cartas de relación, aunque sus experiencias en las batallas debieron haberle proporcionado observaciones y experiencias distintas. En esencia, lo aportado por él da pauta para pensar que conoció la secuencia y el contenido central de los hechos ofrecidos por su capitán general, pues una práctica frecuente en aquellos tiempos era considerar la versión del jefe militar como la más fidedigna; además, el principio de autoridad no permitía que se dudara o alterara lo afirmado por un superior.

Es factible que lo expuesto por Cortés en torno a la Conquista de México-Tenochtitlan en las Cartas de relación lo difundiera él mismo entre sus soldados, primero en forma oral, en virtud de que únicamente él vivió todos y cada uno de los momentos más significativos. Según su versión, mantuvo el control militar y recibió la información de lo acaecido en los distintos frentes de guerra a través de mensajeros de las diferentes guarniciones ubicadas en las costas de los lagos del valle de México. Lo ocurrido sería repetido como los mitos, los cuentos o los rumores, y, al pasar de boca en boca, se habría cargado de detalles y anécdotas, sin perder su hilo conductor ni su carácter “oficial”.

Por otra parte, las Cartas de relación llegaron a las autoridades y funcionarios de la corte de Carlos v. Esto lo confirman, entre otros, los cronistas o aspirantes a cronistas oficiales de las Indias que, sin ser testigos oculares, adoptaron el “partido de los encomenderos”, es decir, defendieron el otorgamiento de mercedes a Cortés y sus acompañantes para explotar la tierra, las minas y el trabajo indígena. Es el caso del capitán Gonzalo Fernández de Oviedo, quien en su Historia general y natural de las Indias (escrita entre 1535 y 1557), parafrasea las misivas del conquistador con el objetivo —afirma él mismo— de ser lo más preciso y puntual en la narración, o sea, piensa que el relato de Cortés es la “verdad” y no le preocupa repetir lo mismo. Algo similar ocurre en las Décadas del Nuevo Mundo cuarta y quinta de Pedro Mártir de Anglería.

Frente a la parquedad de las descripciones cortesianas, tanto Oviedo como Mártir de Anglería recrearon los hechos para infundirles más emocionalidad y dramatismo. Ensalzaron y justificaron las acciones de Cortés sin mesura y aderezaron lo expresado por él con largas y cortas digresiones tomadas de autores clásicos grecolatinos (Aristóteles, Platón, Séneca, Cicerón, etcétera), de pasajes bíblicos y noticias de la historia mundial y de España. Asimismo, lanzaron condenas y vituperios a los indios, casi siempre relacionados con lo que todo buen cristiano califica como pecados de la carne, especialmente los sacrificios cruentos, los adulterios y las sodomías.

En la Historia general de las Indias, Francisco López de Gómara, el clérigo historiador que nunca puso un pie en las Indias pero aspiró al nombramiento de cronista mayor, sigue el relato de su admirado conquistador y lo aprovecha para ilustrar con mayor grandilocuencia cada uno de sus encuentros y hazañas. Partes de la obra las copia de la relación de Andrés de Tapia, quien, como se mencionó antes, había tomado lo dicho por Cortés. A los hechos no observados, Gómara añade generalizaciones, básicamente diálogos extraídos de personajes de otros grandes momentos de la historia mundial. De igual modo, el docto catedrático Cervantes de Salazar transcribe casi textualmente a Cortés en su Crónica de la Nueva España, aunque parezca recrear los hechos de la Conquista al modificar levemente su redacción e introducir, como Gómara, discursos de altas dignidades que elevan el tono dramático de la hazaña.

De aquí en adelante y hasta nuestros días, las numerosas historias escritas de la Conquista de México sustentan su relato en los cronistas antes citados, los cuales —es de insistir— conducen a una fuente directa: la elaborada por Hernán Cortés, el único testigo de los hechos que escribe a pocos meses de haber ocurrido las cosas. Incluso aquellas crónicas elaboradas por los frailes evangelizadores en los siglos xvi y xvii, donde aparece una historia de la Conquista, se apegan a los mismos episodios de la versión cortesiana, aunque, en ocasiones, agreguen o supriman datos conforme la conveniencia de la Iglesia o se pongan del lado de los indios para subrayar la crueldad y ambición de los conquistadores.

Fray Toribio de Benavente “Motolinía”, admirador de Cortés, transcribe en sus Memoriales fragmentos de Gómara y, con base en las Cartas de relación, habla de la Conquista como la segunda plaga que azotó al nuevo reino, anunciada anteriormente a los mexicas en forma de presagio. En realidad, al igual que a Bernardino de Sahagún, Diego Durán y Juan de Torquemada, a este franciscano le interesa agregar asuntos bíblicos o teológicos encaminados a tratar de explicar en qué consiste la demoníaca religiosidad antigua para proceder con eficacia a erradicar las idolatrías y los pecados de la carne y convertir a los indios al cristianismo. Es decir, como su intención es básicamente saber para evangelizar, no le preocupa narrar con exactitud qué pasó ni tampoco proporcionar pruebas que lo confirmen.

Al cristianizar lo escrito por el gran conquistador, al agregar referencias a la naturaleza mesiánica de la Conquista, a los vicios de los indígenas, a la justificación de la visión apocalíptica de la guerra acompañada de peste, hambre y muerte, y al carácter revelado del Nuevo Mundo como parte del proyecto divino, las historias escritas por los mendicantes pueden añadir giros dirigidos a la defensa, la victimización y la evangelización de los indios, pero estos no alteran la secuencia ni el contenido asentados originalmente en las Cartas de relación de Cortés. Asimismo, la llamada “visión de los vencidos”, los relatos de informantes indígenas recogidos por religiosos, no contradice la esencia de lo registrado por Cortés, sino que más bien adosa imágenes sobre la crueldad de los invasores, los sufrimientos, las creencias y las costumbres de la población indígena. Impregnadas de cristianismo,4 como las ofrecidas por Sahagún, estas imágenes corresponden más al ámbito de la retórica que al de la realidad concreta. Además, si se pone atención a la distancia temporal y espacial de sus autores, la mayor parte de los documentos recopilados no pertenece a testigos oculares.

Cortés había invertido su dinero en la constitución de una empresa privada cuya unidad militar rescataría a Juan de Grijalva e inspeccionaría las costas de México, a solicitud de Diego Velázquez. Esta empresa la había formado con otros inversores y con marinos y soldados a sueldo. Aparte del valor, la audacia y la entereza, esta unidad militar debió haber reconocido las elevadas cualidades de un hombre letrado como lo era su capitán. Entre los acompañantes de Cortés se encontraban numerosos extremeños, algunos con vínculos familiares o de amistad estrechos desde la infancia (los Pizarro, los Ovando, los Suárez de Peralta), los cuales compartían con él algunas experiencias en el proceso de reconquista de la península ibérica, en una zona de frontera acostumbrada a lidiar y pelear contra moros y judíos. Como era costumbre, el caudillo merecía la fidelidad y solidaridad de sus allegados y seguidores.

Por otra parte, a pesar de que los capitanes más cercanos a Cortés eran letrados, la mayoría de los soldados eran analfabetos, aun cuando pudieran firmar. Seguramente muchos estaban compenetrados con los relatos de caballerías que circulaban en forma oral desde fines del siglo xv en la península ibérica y abrigaban ansias de vivir maravillosas aventuras similares a las escuchadas,5 pero quienes sabían leer y escribir no tuvieron interés en poner por escrito lo observado, menos los que habían arriesgado su dinero y esperaban recuperarlo con creces o los que aspiraban a enriquecerse rápidamente. Además, a Cortés, por obligación, correspondía informar al rey, ya que, al desacatar las instrucciones de Velázquez, se había visto en la urgencia de autodesignarse capitán general y justicia mayor mediante la instauración de un cabildo hecho a su medida en la Villa Rica de la Vera Cruz. Si algún expedicionario quiso escribir, Cortés debió impedirlo, pues tenía que existir una única versión de los hechos para evitar confusiones, ocultar transgresiones y garantizar que el monarca concediera a él y a sus colaboradores los cargos públicos, la exención de impuestos, las encomiendas, el oro, la plata y las piedras preciosas que consideraban les correspondían a cambio de pacificar y poblar los nuevos reinos.6

No solo la imposibilidad de reproducir lo acaecido y la conveniencia de tergiversarlo, sino también el imperativo de silenciar lo reprobable y vergonzoso convierten a las Cartas de relación de Hernán Cortés en un testimonio valioso, seguramente con algunas referencias ajustadas a los hechos, pero sujeto a muchas dudas y cuestionamientos, pues, además de lo antedicho, la frontera entre la ficción y la realidad, entre lo imaginado y lo experimentado, era endeble en aquella época, en parte por el deficiente desarrollo de la conciencia individual visible en las similitudes que algunos pasajes de los escritos cortesianos guardan con las crónicas medievales y los relatos de cruzadas.7

Por otro lado, es posible que el capitán general haya sobornado a los soldados que pretendían regresar a Cuba, que los haya obligado con amenazas a permanecer a su lado y que, como hacían los conquistadores en aquella época y como lo informó su enemigo, Diego Velázquez, espiara y castigara a quienes hablaban mal de él.8 Esta hipótesis se fortalece si se recuerda que, de acuerdo con las instrucciones de Velázquez recibidas antes de zarpar de Cuba, Cortés debió haber estado acompañado siempre por un tesorero, un veedor y un escribano para llevar la cuenta de las riquezas rescatadas, vigilar las acciones y tomar nota de todo lo acaecido; sin embargo, este último no cumplió con su oficio y en las Cartas de relación los otros dos no aparecen.

Como había estudiado latín y gramática y conocía las leyes españolas y la doctrina cristiana, el mismo Cortés estableció tratos y contratos con los suyos y con la población indígena y fungió como escribano para dejar sentado lo que fuera positivo a sus intereses. Las “lenguas” o traductores son escasamente mencionados en sus misivas, los nombres de Marina y Gerónimo de Aguilar no se consignan, y no es claro qué indígenas y españoles pudieron aprender unas y otras lenguas y dialectos en tan corto tiempo. Tampoco es clara la comunicación entre ellos, pues en los delicados asuntos que Cortés dice haber solucionado, la expresión mediante señas y gestos resultaba muy limitada. Si, como asegura el conquistador, la diplomacia jugó un papel relevante, ¿cuántos malentendidos se presentaron al descubrir que sus reglas obedecían a códigos distintos? Por eso, por ejemplo, los discursos cortesianos puestos en boca de Moctezuma corresponden más a un cristiano sentimental arrepentido de sus pecados que al sacerdote-guerrero del gran centro ceremonial de una sociedad como la mexica, cuyas relaciones sexuales, sociales e interpersonales obedecían a principios y reglas altamente complejas y distintas para la gente que las topaba por primera vez.

Los conquistadores españoles no entendieron la mentalidad de los mesoamericanos porque en el siglo xvi las posibilidades de hacerlo eran muy escasas, además de que sus creencias cristianas en la revelación, la salvación y el fin del imperio del Demonio, así como sus prejuicios y convicciones sobre la superioridad de España, su elección divina y el futuro grandioso que le esperaba, obstaculizaron la compresión de otras culturas. Esto es evidente en las Cartas de relación cuando Cortés se ve forzado a medievalizar el mundo indígena al describir las ciudades, las murallas, los castillos, los palacios y los templos como si fueran musulmanes o cristianos; al identificar al emperador, su corte, sus procesiones y sus formas de recibimiento con las de las monarquías y noblezas europeas, y al hablar de “casas de placer” o prostíbulos, relaciones monogámicas y patriarcales de tradición romano-cristiana.

Por todo lo anterior, es recomendable revisar las pruebas aportadas por Cortés sobre lo ocurrido entre 1519 y 1521 y reflexionar en torno a los beneficios que pensaba obtener con sus relatos y sus omisiones voluntarias e involuntarias; confirmar si realmente registró las situaciones más relevantes y analizar el sentido y significado que les asignó. Es importante estudiar de nuevo su testimonio porque las crónicas e historias posteriores conservaron intacta su esencia, y esta ha sido el fundamento de la “historia oficial” y, en general, de la historia conocida. Resulta imprescindible valorar y comparar los testimonios de los testigos oculares, compulsarlos con los restos materiales, en especial con los arqueológicos, así como superar los anacronismos en los que incurren a menudo las más socorridas historias contemporáneas de la Conquista de México (José Luis Martínez, Hugh Thomas, Juan Miralles) al sustentar la narración en escritos diversos sin considerar la fecha de su manufactura; al atraer fuentes directas e indirectas sin percibir la posible influencia que pudieran haber tenido unas sobre otras; al mezclar a los testigos oculares con los no oculares y a los contemporáneos a los hechos con aquellos que no lo fueron, y al no imaginar el mundo de los vencidos y su mentalidad ni cuestionar las acciones y reacciones indígenas narradas por los conquistadores y evangelizadores.9

A quinientos años de distancia, ¿requiere la historia de la Conquista de México su reescritura, tal vez con más preguntas que afirmaciones? 

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1 Andrés de Tapia, “Relación de algunas cosas de las que acaecieron al Muy Ilustre Señor Don Hernando Cortés Marqués del Valle, en la Nueva España”, en Los cronistas: conquista y colonia, Patria, México, 1991.

2 De Tapia, óp. cit., p. 435. Esto no quiere decir que, como en todas las culturas del mundo, el sacrificio humano no se haya practicado en Mesoamérica. El problema para su credibilidad radica en que la descripción estereotipada impide saber cuáles eran las variantes de los sacrificios, cuándo se realizaban, cómo y por qué.

3 Bernardino Vázquez de Tapia, “Relación de méritos y servicios del conquistador Bernardino Vázquez de Tapia, vecino y regidor de esta gran ciudad de Tenuxtitlan”, en Los cronistas: conquista y colonia, p. 484.

4 Una de las partes de la obra de Sahagún que evidencia con mayor claridad el peso que la doctrina cristiana había tenido en la población indígena en la segunda mitad del siglo XVI se encuentra en los huehuetlahtolli o antigua palabra. Aquí le atribuye a los antiguos mexicanos creencias monoteístas y una moral que promueve la castidad, la virginidad, el matrimonio monogámico y que reprueba el adulterio, las conductas pasionales y las delicias carnales que recuerdan el Decálogo y los Proverbios del rey Salomón. Ver Thelma D. Sullivan, “Nahuatl Proverbs, Conundrums, and Metaphors, Collected by Sahagún”, pp. 93-177, en Estudios de Cultura Náhuatl, Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, México, 1963, n. IV; Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España. Primera versión íntegra del texto castellano del manuscrito conocido como Códice Florentino, 2 vols., Alianza, Madrid, 1988, vol. 2, pp. 307-365.

5 Irving A. Leonard, Los libros del conquistador, FCE, México, 2000, pp. 78-79.

6 “Instrucciones de Hernán Cortés a los procuradores Francisco de Montejo y Alonso Hernández Portocarrero enviados a España”, Veracruz, julio de 1519, vol. 1, pp. 77-85, en José Luis Martínez, Documentos cortesianos, 4 vols., UNAM/FCE, México, 1993.

7 Alfonso Mendiola analiza los relatos de la batalla de Cintla y de la caída de Tenochtitlan y encuentra sus similitudes con gestas europeas precedentes. Ver Retórica, comunicación y realidad: La construcción retórica de las batallas en las crónicas de la conquista, Universidad Iberoamericana, México, 2003.

8 “Información promovida por Diego Velázquez contra Hernán Cortés”, Santiago de Cuba, junio-julio de 1521, en Martínez, óp. cit., vol. 1, pp. 179-181, 191.

9 José Luis Martínez, por ejemplo, asegura que la segunda carta de Cortés es el testimonio de “un explorador audaz y codicioso, astuto y sensible”, y la tercera de un “conquistador excepcional”. De este modo, aunque incorpora en los hechos elementos proporcionados por otros cronistas, el orden de la narración de la Conquista de México coincide con la del capitán general. Según Martínez, en los últimos días del sitio de Tenochtitlan: “Inconforme con la diaria carnicería que parecía no tener fin, Cortés dice que intenta una y otra vez persuadir a los indígenas de rendición, y la respuesta que obtiene son burlas y repetirle que ‘no querían sino morir […]’”. Trata de hablar con Cuauhtémoc, pero este no acepta, lo engaña y también se burla de él. Ver José Luis Martínez, Hernán Cortés, UNAM/FCE, México, 1990, p. 328. ¿Era la burla una reacción indígena? ¿Cómo se percataba Cortés de las burlas si este tipo de manifestaciones ha variado siempre entre las culturas? Hugh Thomas acepta indiscriminadamente lo que más enriquece su narración y, sin cuestionarlos, transcribe, por ejemplo, los discursos que a fines del siglo XVI el dominico Diego Durán puso en boca de Moctezuma. Afirma que ante el avance de los españoles, el emperador azteca le pidió a los dioses que se apiadaran “de los pobres, de los huérfanos y de las viudas […] ofreciendo sacrificios y ofrendas con mucha devoción y lágrimas y sacrificándose y sacando la sangre de sus brazos y orejas y de sus espinillas, todo para mostrar su inocencia […]”. ¿Devoción, lágrimas, inocencia? ¿No serían estas palabras producto del intento del fraile de equipararlo con un santo? Y a continuación, Thomas enfatiza: “Pero este discurso lacrimoso no le impidió seguir pensando en engañar e incluso asesinar a los visitantes”. Ver Hugh Thomas, La Conquista de México, Patria, México, 1994, p. 312. Un ejemplo más puede percibirse en un párrafo de Juan Miralles, quien, llevado por la retórica de los textos, asegura que cada cronista escribió su visión de los acontecimientos y acepta que la respuesta popular ante la petición a Moctezuma de que se rindiera incluyó los siguientes insultos: “¡puto!, ¡mujerzuela!, ¡querida de los extranjeros!” (ver Juan Miralles Ostos, Hernán Cortés, inventor de México, Tusquets, Barcelona, 2001, p. 238). Palabras estas últimas cargadas con la homofobia católica propia del mundo hispánico, muy alejadas de las reglas morales de las comunidades prehispánicas.

* Artículo basado en la ponencia ofrecida el 31 de marzo de 2016 en el XII Seminario de Historiografía “Repensar la Conquista”, organizado por Guy Rozat Dupeyron en el Instituto Nacional de Antropología e Historia de Veracruz, Universidad Veracruzana.

MARIALBA PASTOR es historiadora y académica de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

En: https://estepais.com/impreso/la-conquista-de-mexico-una-necesaria-revision-de-las-pruebas-sobre-lo-ocurrido/

lunes, 9 de agosto de 2021

CAIDA DE TENOCHTITLAN: 500 AÑOS DE CONTAR LA HISTORIA

 

Por Teresa Carreón

 

Para quienes tenemos interés en conocer la historia de México, en particular la etapa prehispánica y el choque producido por la invasión española, este ha sido un tiempo perfecto para hacerlo.





Por la conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlan diversas y muy variadas opciones hay para acceder a la información que nos acerque un poco a los hechos que han marcado nuestra historia y cultura, nuestra sociedad por completo.

 

Ha dicho Federico Navarrete en una entrevista para el periódico español El País, que “la conquista en realidad no es pasado, sino que en México la conquista es presente” 

Fuente: (https://elpais.com/mexico/2021-07-31/federico-navarrete-no-puede-haber-solo-perdon-si-no-hay-justicia.html).

 

Así, tratando de capturar el presente, he pasado por una librería que está en mi vecindario y la oferta de textos es muy buena y variada. Por supuesto, tan solo he podido aprovechar algunos títulos cuyo costo no es tan excesivo (siento que desde la pandemia la industria editorial ha “quemado sus naves” incrementando sus precios exponencialmente, por lo que aquí es cuando me pregunto por qué Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica, no ha aprovechado para darle voz a tanto historiador y antropólogo mexicanos que tienen mucho qué decir).

 

Los títulos encontrados en las librerías abarcan las diferentes versiones que hay del hecho histórico mencionado: reediciones de ‘Visión de los Vencidos’ de Miguel León Portilla, y de ‘Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España’ de Bernal Díaz del Castillo, hasta libros como ‘Yo, Moctezuma’ de el historiador inglés Hugh Thomas, ‘Malitzin, una mujer indígena en la conquista de México’ de la estadounidense doctora en historia comparada Camila Townsend, ‘Moctezuma, apogeo y caída del imperio azteca’ del historiador belga Michel Graulich, ‘Cuando Moctezuma conoció a Cortés’ del etnohistoriador inglés Matthew Restall, ‘La Malinche, sus padres y sus hijos’ coordinado por la doctora en letras hispánicas Margo Glantz, y del historiador y antropólogo mexicano infaltable por su especialidad en temas de historia de Mesoamérica y la conquista de México, Federico Navarrete, ‘¿Quién conquistó México?’ y ‘Huesos de lagartija’





  

Tan solo menciono unos cuantos autores y títulos que he leído aprovechando la ola de la conmemoración. Pero hay muchos más de estos autores y de otros. Es una gran oportunidad de saciar nuestra curiosidad en una parte de la historia que a mi parecer es una zona aún muy nebulosa y ambigua. 

 

Otra fuente de información muy valiosa es la que uno encuentra en un medio de comunicación electrónico como Youtube, en el cual he podido disfrutar espléndidas conferencias a través de el canal del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Radio INAH, impartidas por el cuerpo docente y de investigadores y especialistas de esa institución. 


También del Centro de Estudios de Historia de México Fundación Carlos Slim, donde pude escuchar a la maestra Patricia Arriaga hablar de su experiencia en la filmación del documental ‘Malitzin, la historia de un enigma’.




 

Hay que reconocer que diversas instituciones académicas y de investigación debido a la pandemia del Covid 19, han aprovechado los medios electrónicos para continuar con su labor de difusión y docencia donde el público interesado es el principal beneficiario. Por ello, la oferta es diversa y vastísima y no solo en el formato de conferencias sino también en podcast.

 

Otro medio de difusión son las revistas. Las hay especializadas en el tema de la historia, la antropología o la arqueología, pero también las que se publican de forma periódica y tratan los temas de interés social y cultural, información y análisis. 


Así, para el bimestre julio-agosto de este año, se publicó la revista Arqueología Mexicana presentando el dosier sobre el “Lienzo de Tlaxcala” en la que se muestra la participación tlaxcalteca en las alianzas y guerras de conquista, el momento crítico del contacto con los españoles, analizan los sistemas de escritura, el armamento de los conquistadores tanto de los tlaxcaltecas como de los españoles. Quienes escriben son un equipo de especialistas en estudios mesoamericanos de la UNAM, doctores en arqueología y antropología de universidades estadounidenses y de Colombia.





En la revista Letras Libres (correspondiente al mes de julio, 2021) dedican un espacio denominado “Últimas noticias de la conquista” donde la presentan como ‘un episodio complejo e incómodo de la historia mexicana’, para ello quienes escriben, analizan lo que consideran las últimas noticias de ese hecho histórico, examinan las cartas de relación escritas por Hernán Cortés a partir de un documento editado por el padre de uno de los autores, se replantea, nuevamente, la leyenda negra contra la monarquía hispánica, presentan un extraordinario artículo acerca de la Coatlicue (para mi gusto, lo que más vale la pena). 



El editor y la secretaria de redacción de la revista conversan con un historiador ‘con un pie en España y otro en México’ acerca de los ecos de la conquista. Quienes escriben son una historiadora, hermana de otro de los colaboradores, también historiador. Además de otra historiadora egresada de la UNAM. De los demás, no se anota su origen académico.

 

Por su parte la revista Nexos (correspondiente al mes de agosto, 2021) presenta un expediente que es una conversación escrita denominada “El mito de la conquista. Una ronda revisionista” integrada por profesores e investigadores de universidades como UNAM, Yale, Pensilvania, Chicago y Rutgers. 


Estos especialistas son autores de libros publicados que se encuentran en las mesas principales de las librerías de nuestro país. En la presentación de esta sección nos explican la caída de ‘toda Mesoamérica, de todo el mundo indígena prehispánico, ante el imperio español, encarnado en las aventuras de un grupo de expedicionarios guiados por el genio político de Hernán Cortés’. La conversación escrita permite analizar las debilidades de ese mito mostrando una visión alternativa de la Conquista (la mayúscula es de Nexos). 


Para darnos el coscorrón simbólico se presenta un ensayo de una profesora-investigadora de El Colegio de México, a su vez integrante del Comité Editorial de la revista que lo termina con ‘A partir de entonces, la presencia de España entre nosotros se ha desarrollado con toda naturalidad…’.

 


La revista Proceso titula su edición especial número 60 “500 años de la conquista. Verdades y mentiras”, y a través de cuatro capítulos (‘La caída’, ‘Los protagonistas’, ‘Interpretación’ y ‘Las controversias’), revisan esta etapa de la historia de nuestro país con una visión poliédrica: muestran grabados, poemas, fragmentos de los escritos de Bernal Díaz de la descripción y alcance de Cuauhtémoc, la relación de la conquista por autores anónimos de Tlatelolco, varios artículos escritos por el corresponsal en España de la revista que versan sobre Cortés y su testamento. 


Un artículo muy emocionante de 1949 escrito por el fundador de la revista, don Julio Scherer García, acerca de los restos del último emperador. Nos presentan a un Cuitláhuac del que no se ha hablado lo suficiente en los libros y al que hay que valorar más. Las polémicas acerca de la invasión española y sus consecuencias. 


Las falsas lecciones y los legados problemáticos de esa historia. Por qué hay que repensarla. Con el título de ‘Invenciones historiográficas’ versan sobre una historia que debe ser cuestionada desde sus bases. Imperdible. 


En fin, después de leerlo, afloran mucha interrogantes y un sinfín de posibles respuestas que, al menos yo, nunca hubiera imaginado. Además de que nos muestran fragmentos de documentos escritos por personajes que vivieron los acontecimientos narrados, nos describen las posibles motivaciones y se cuestionan su veracidad. Los articulistas con niveles de doctorado son investigadores de la UNAM, del INAH, del ENAH, dos de ellos, eméritos.

 


La calidad de la información presentada en este pequeño análisis se pone a consideración de cada lector. En mi caso, como lectora interesada, puedo decir que Letras Libres aplaude a Cortés (no es gratuito que este 2021, su director haya sido galardonado por la monarquía española con el III Premio de Historia Órdenes Españolas), que Nexos muestra su afinidad por el mestizaje, que Proceso es plural y sin orientar su visión para ningún lado, y que Arqueología Mexicana muestra el trabajo serio y científico de la investigación arqueológica, antropológica e histórica. 



 

Por último, lo que llama la atención ostensiblemente es el trabajo profundo o el casi desdén de los medios aquí comentados para presentar la información de tan relevante acontecimiento a un lector interesado. Amén de que nos muestran el gran abanico existente en la interpretación y manipulación de los hechos históricos.

https://www.crisolacatlan.com/post/ca%C3%ADda-de-tenochtitlan-500-a%C3%B1os-de-contar-la-historia?fbclid=IwAR2ckQW6rPRQqAIzJtRVK8Ta4F3qhnkTjl3WxMymcxcVeCf5dVlRC7d_PCs

domingo, 18 de julio de 2021

CAMINO A MACHU PICCHU. Una aventura.



Viajar soñando con que todo salga como se ha planeado, como lo platicamos en días previos con los compañeros de viaje. Así deberían de pasar las cosas, como se han soñado. Pero no. Hay imponderables que son imposibles de superar. Como la distracción ocasionada durante la cúspide de un largo viaje de 50 días por Sudamérica.

 

En 2011, durante los días que Machu Picchu estaba cumpliendo 100 años de haberse hecho público su hallazgo por el estadounidense Hiram Bingham, a mi hermano Eric, su mujer Luzma y yo se nos ocurrió ir a conocer esa maravilla del mundo. Primero visitamos Argentina y Uruguay, luego pasamos a Chile, para terminar felizmente recorriendo el Perú desde el sur, en Tacná, hasta llegar a Lima y así concluir nuestro viaje.

 

Recuerdo que en el norte de Chile, en Iquique, fuimos a una agencia de viajes a solicitar nos prepararan un tour que nos permitiera conocer lo mejor y más interesante del Perú. Cuando regresamos para conocer el itinerario, éste incluía Arequipa, Puno, el lago Titicaca, Cusco y Lima. Ahí fue cuando nos enteramos que Machu Picchu se encontraba en Cusco, que para llegar debíamos viajar en tren y hospedarnos la noche previa en Aguascalientes, ya que Machu Picchu se encuentra en la cúspide de las montañas que rodean al pueblo.

 

Una vez hecho el acuerdo con la agencia de viajes, todavía pasamos un par de días más en ese destino chileno. Recuerdo que deseábamos viajar a Bolivia a visitar a nuestra prima Lulú que ahí vive, pero el trayecto por carretera se volvía imposible de cumplir por la temporada de lluvias y la crecida de los ríos que había que atravesar.

 

Conocimos Arequipa, Puno y disfrutamos de una noche en una isla del lago Titicaca. Volvimos a Puno para salir con rumbo a Cusco, sitio donde pasaríamos la mayor parte del tiempo de nuestra estancia en el Perú debido a que ahí había muchos sitios qué conocer. Todo fue muy hermoso y visitamos innumerables lugares y gente. Estábamos dichosos por todos los traslados. 

 

El viaje a Machu Picchu estaba programado para que pasáramos una noche en Aguascalientes por lo que traíamos una pequeña maleta con los implementos necesarios. El día que culminaría en el tren con rumbo a Aguascalientes los organizadores nos llevarían primero al valle del Inca y a Oyantaitambo, una hermosa ciudad que ha cuidado correctamente todos los vestigios incas y que nos dejó verdaderamente sorprendidos. Ese día caminamos por los sitios históricos de ese lugar, sabedores que el descanso empezaría en el tren y posteriormente culminaría en el hotel de Aguascalientes. Recuerdo con toda claridad haber guardado los boletos del tren en mi bolsa y haber visto que la hora de partida era a las 8 pm. Así que desde las 6 de la tarde decidimos ir a comer a un restaurante típico y abrimos una botella de vino tinto que acompañó nuestros alimentos. Recuerdo que con el cansancio, iba llegando gradualmente una embriaguez que nos mantuvo riéndonos durante la comida. Decidimos ir a la estación del tren con toda anticipación para que no nos fuera a dejar. El camino estaba lleno de presagios que no supimos leer. Esa noche había una luna llena que iluminaba las hermosas calles empedradas del pueblo. 




 

A la estación llegamos como a las 7 y media y de inmediato mi hermano se dirigió a la taquilla mostrando los boletos. Regresó enfurecidísimo y maldiciendo a su paso. Luzma y yo nos alarmamos. No sabíamos qué estaba pasando. Nuestro tren ya había salido y la cita era a las ¡18 horas! Otro ferrocarril iba a salir a las 8 de la noche y era el último del día. Quisimos comprar lugares en ése y por el aniversario de Machu Picchu estaba saturado. Ahí fue cuando empezamos a discutir echándonos la culpa unos a otros. Hablamos con los operadores del tren, taxistas y demás personal que encontramos en la estación para ver si podríamos ir en taxi, alquilar un auto o llegar en autobús, pero la respuesta fue una: el único modo de llegar a Aguascalientes y posteriormente a Machu Picchu era por tren o caminando y si elegíamos llegar caminando, debimos empezar días antes.



 

Estábamos desesperados; la posibilidad de perder nuestra oportunidad de conocer Machu Picchu se desvanecía. De verdad, quería sentarme en el piso a llorar y para calmarme, empecé a caminar por la estación tratando de encontrar la solución de uno u otro modo. Y de repente, ésta salió de los andenes del tren que acababa de llegar: nuestra guía que nos estaba acompañado en todos los paseos en Cusco iba llegando para dirigirse a Aguascalientes a encontrarse con nosotros, precisamente.

Le grité a Eric y corrimos a su alcance. Le explicamos nuestra situación y,  completamente sorprendida, nos dijo que nada se podía hacer ya. Eric le insistió que buscara alguna solución. Hizo varias llamadas y nos comunicó que tendríamos que hacer una largo rodeo para llegar a la estación más próxima a Aguascalientes y desde ahí, abordar el tren. Nos pareció la solución justa. Pero ella se guardó decirnos algunos detalles…

 

Caminamos hasta una calle donde pasaba un camión local que abordamos. Éste nos acercó a una terminal de autobuses que recorren los poblados ubicados en los costados de los Andes, montañas que vigilan celosamente los caminos que llevan a Machu Picchu. En esa terminal abordamos un autobús que venía repleto. Afortunadamente, encontré un lugar ubicado tres sitios atrás del chofer. Eric, Luzma y la guía se fueron al fondo del autobús y se sentaron conforme los pasajeros iban llegando a su destino y abandonando su asiento. 

 


El lugar que me tocó daba al pasillo y la señora que venía sentada junto a la ventana la había abierto y de inmediato se quedó profundamente dormida. Yo intenté sin éxito cerrarla, pues estábamos el pleno invierno, hacía mucho frío y además, atravesaríamos los Andes. Me sumí en el asiento. Mi atuendo consistente en pantalón, botas, una blusa de manga larga y cuello alto, suéter de alpaca súper calientito, chamarra, gabardina, bufanda y gorro constituían una barrera para que el frío que entraba por esa ventana abierta no causara daño alguno. Sin embargo, temblaba de frío y angustia. 

El autobús hizo paradas en cada localidad que pasaba. Gente subía y gente bajaba con sus paquetes y sus animalitos. Intenté dormir porque la ruta era en ascenso lleno de curvas, pero el paisaje que advertía por la ventana abierta era la nieve de las montañas y la luz de la luna les daba un matiz sutilmente morado, verde, azul que nunca esperé ver. El paisaje y el frío me habían hechizado. Hasta que un gran alboroto entre las personas que venían de pie en el pasillo del autobús despertó a los pasajeros que habían caído en los brazos de Morfeo. Intenté poner atención para saber cuál era el problema: el perrito que cargaba una señora empezó a vomitar y las personas que la rodeaban le exigían que se bajara. Y así se hicieron a los gritos. Todos alzamos la voz en un momento dado, casi en la cúspide de alguna de las viejas montañas andinas. 

 


El chofer detuvo el camión y nos recomendó que debíamos guardar la calma, le preguntó a la señora del perrito vomitón dónde se bajaría, contestando ella que en el poblado próximo, acabando con el aquelarre en cuestión. El resultado fue que los pasajeros abrieron las ventanas porque el olor a vomitona canina empezó a cundir en el sensible olfato de los pasajeros. Los cuerpos de los humanos viajantes en ese autobús se arrimaron para darse calor, acostumbrados como estaban a ese gélido clima.

 

Así pasamos más poblados y más personas subían y bajaban del autobús adormilado hasta que llegamos a nuestro destino. Al bajar, una camioneta de servicios turísticos nos esperaba. El chofer era otro guía amigo de nuestra conductora de viaje y venía a recogernos para llevarnos a dormir en un hotel ubicado entre las montañas. Es menester informar que a estas alturas de la aventura, eran alrededor de la una o dos de la mañana. Yo me senté en el lugar que estaba sobre la llanta trasera del lado del chofer. Nuestra guía al lado del mismo y mi hermano y Luzma se ubicaron delante de mí. 

 



Imagino que la guía se interesó en hacerle la plática a su amigo por la hora que era, no se fuera a dormir. Y así, emprendimos el camino hacia el dichoso hotel. La carretera que nos llevaba era un camino de terracería muy estrecho y exactamente a mi lado corría un río caudaloso. Había momentos que la “carretera” era tan estrecha que la llanta debajo de mi asiento, no pisaba el suelo. Había veces que en el camino se encontraba algún vehículo en el lado opuesto y su reto era lograr que ninguno de los dos cayera al río, operación especialmente complicada. Nuestra guía y su amigo habrán pensado que íbamos dormidos pues iban platicando espeluznantes historias, como por ejemplo, ella le preguntó a él qué le había sucedido al poblado que estábamos pasando (recuerdo haber voleado y no vi ningún poblado). El conductor le contestó que la crecida del río se lo había llevado matando a todos sus habitantes y barriendo con todo lo que ahí había y que desde entonces pasar por ese lugar era un reto pues espantaban mucho. En ese instante,  Luzma y yo nos miramos con los ojos como platos. Un reclamo que hizo nuestra guía fue por qué ir tan rápido a lo que el conductor le respondió que en esa zona asaltaban mucho y con violencia, por eso pisaba fuerte el acelerador. Yo solo miraba por la ventana y notaba que la llanta no hacía contacto con el piso… Así fuimos hasta que llegamos a una casa muy humilde que hacía las veces de hotel de montaña. Yo solo esperé que me señalaran el lugar donde debía dormir y tan solo me eché como perro apaleado.

 

Nos despertaron a las 5 de la mañana pues todavía nos esperaba un largo camino hasta la estación de tren que nos llevaría a Aguascalientes. Subí como autómata a la camioneta. 

Luzma y Eric me preguntaron si había logrado dormir, pues en el patio de la casa donde pernoctamos hubo una gran pelea de perros contra gatos. Solo les contesté que no me había dado cuenta. 

 

Conforme recorrimos el camino, advertimos el peligro que habíamos pasado ahí horas antes y en la total oscuridad de la madrugada. Las orejas se nos pegaban a la nuca.

 


Poco antes de las siete de la mañana arribamos a la estación del tren que nos llevaría a nuestro ansiado destino: Aguascalientes y luego Machu Picchu.