Mostrando entradas con la etiqueta COSTUMBRES. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta COSTUMBRES. Mostrar todas las entradas

martes, 25 de enero de 2022

Ricarda y los rituales de la muerte en Chihuahua

Por Teresa Carreón

Publicado en la Revista Funerarias Digitales. Número 3 del mes de enero de 2022.

 En el Rancho Santa María II, en el estado de Chihuahua, fueron localizados unos restos humanos muy antiguos, de hace 3,000 años, registrados hasta el día de hoy que los ubican para el período Arcaico Tardío/comienzos de la agricultura. Debido a que dicho hallazgo muestra el 80% del esqueleto de un individuo subadulto con características morfológicas de crecimiento óseo correspondientes con un rango de edad entre los 10 y los 14 años, de entre 1.20 m y 1.40 m de altura y perteneciente al género femenino, se le llamó “Ricarda”. Su muerte se registró en alrededor de 1260 a. C. por causas desconocidas, pero el hecho de haber sido encontrada en posición fetal indica que fue cuidadosamente depositada y que pertenecía a una comunidad que se preocupaba por el descanso final de sus miembros. 



          Por las características de sus dientes, se sabe que Ricarda consumió una dieta de granos y semillas recolectadas en la región; las marcas moderadas de estrés músculo-esquelético indican que perteneció a una comunidad cazadora-recolectora que comenzaba a experimentar con la práctica de la agricultura. Por ende, el estudio de sus huesos permitió deducir que sus labores cotidianas fueron el acarreo de agua y madera, realizó largas caminatas o manufactura de alimentos con el uso de metate, tuvo una dieta moderada en proteínas de origen animal, frutos y verduras. Sin embargo, el análisis no pudo determinar la causa temprana de su muerte. 

          El entierro de Ricarda fue identificado durante la recolección de material de superficie. La parte del sitio donde se hizo el hallazgo presentaba grandes grados de erosión, lo que no permitió la identificación del hueco o pozo donde fue depositado. El entierro se localizó en posición de decúbito dorsal flexionado izquierdo y no había material u ofrenda de acompañamiento, y si lo tenía y era de material orgánico, ya no se localizó. 

          El trabajo arqueológico permite reconstruir las formas de vida antiguas. Se localizó, identificó, analizó y dedujo la información anterior de Ricarda, lo que otorga un mayor conocimiento de nuestros antepasados más antiguos, sus costumbres, su dieta, sus ritos. 

          Dada la existencia de yacimientos arqueológicos en los que se han encontrado huesos humanos aparentemente colocados aposta, se ha planteado que nuestros ancestros sí podían entender que era la muerte. Los investigadores Peter Metcalf y Richard Huntington afirmaron que la muerte es universal, sin embargo, las reacciones ante ella no lo son. La muerte es una idea abstracta, es comprender que es un fenómeno irreversible, que quien se muere se va para siempre. 

          El no haber encontrado ofrendas con los restos de Ricarda no garantiza que no hubiera un ritual, ya que la posición en que fue encontrada da cuenta de ello.  El ajuar es indicador de un pensamiento ceremonial, de dejar cosas al muerto para que se las lleve al otro mundo. 

          Desde tiempos remotos estas prácticas han evolucionado a la par de la humanidad y se han adaptado a los cambios de las distintas civilizaciones convirtiéndose en parte importante de sus tradiciones. En la actualidad, muchos indígenas de México preservan prácticas rituales ancestrales con su respectiva adaptación al mundo en que se vive; entre ellos se encuentran los rarámuri o tarahumaras, quienes en el ritual de “subir al cielo” a sus difuntos, realizan un acto solemne que alude a sus tradiciones y a su concepción sobre el mundo de los muertos. 

          Para el rarámuri la muerte debe ser aceptada con serenidad porque obedece al llamado que realiza “el de arriba”. Carl Lumholtz descubridor y etnógrafo noruego, especialista en la cultura de Aridoamérica en México, afirmó en 1904 que cuando fallece un individuo a pesar de todos los esfuerzos del curandero por salvarle, los indios dicen que se va porque lo han llamado o se lo llevan los que se han ido antes. 

          El día que fallece, la persona es velada toda la noche por la comunidad muy en paz, muy tranquila, sin grandes expresiones de dolor y con mucho respeto. Al día siguiente, cuando se le lleva a enterrar, antes de sepultarlo, la familia le encarga a una persona con experiencia –porque no puede ser cualquiera, sino alguien que sepa hacerlo–, que se encargue de celebrar el ritual para ayudar al muerto a “subir al cielo”. Esta tarea la realiza el owilúame o curandero, quien inicia rociando pinole batido en la fosa y un poco sobre el cuerpo antes de cerrar la caja. 

          Todavía a principios del siglo xx, de acuerdo con la tradición oral compartida, se envolvía el cuerpo en una cobija, pero por disposición de la municipalidad tuvieron que empezar a utilizar el cajón, el cual permanece abierto hasta el último momento para que los parientes puedan colocar agua, pinole, los huaraches, sus cosas para el camino. Antes no sepultaban a sus muertos en cementerios, sino que lo hacían en cuevas o lugares que consideraban sagrados. Se creía y se sigue creyendo, que las cuevas son conductos de comunicación con el otro mundo. 

          Respecto al sentido tradicional que tiene la práctica de colocar piedras sobre las tumbas, es para que el peso de estas impida que el muerto escape, persiga, asuste o cause alguna enfermedad a los deudos. Por eso, tampoco se llora a los muertos, pues existe la creencia de que el muerto podría llevárselos. 

          El acto de la muerte es uno de los pasos más trascendentales, pleno de significado extraordinario, entre el conjunto ritual de las tribus cazadoras-recolectoras como a la que perteneció Ricarda, pero lo seguirá siendo posteriormente entre las comunidades sucesivas, aportando un ceremonial más sofisticado, unido íntimamente a unas creencias más elaboradas. 

 

Fuentes: 

1.- “Un entierro del Arcaico chihuahuense”. La vida en los albores de la agricultura. Gallaga Murrieta, Emiliano y Villa Zamorano, Moisés. Revista Arqueología Mexicana. Noviembre – diciembre de 2021. Vol. XXVIII, num. 171. 

2.- Subir al cielo: Ritual funerario rarámui. Sánchez, Salvador y Rangel, Efraín. Enhttps://elibros.uacj.mx/omp/index.php/publicaciones/catalog/download/60/52/587-1?inline=1 

domingo, 18 de julio de 2021

CAMINO A MACHU PICCHU. Una aventura.



Viajar soñando con que todo salga como se ha planeado, como lo platicamos en días previos con los compañeros de viaje. Así deberían de pasar las cosas, como se han soñado. Pero no. Hay imponderables que son imposibles de superar. Como la distracción ocasionada durante la cúspide de un largo viaje de 50 días por Sudamérica.

 

En 2011, durante los días que Machu Picchu estaba cumpliendo 100 años de haberse hecho público su hallazgo por el estadounidense Hiram Bingham, a mi hermano Eric, su mujer Luzma y yo se nos ocurrió ir a conocer esa maravilla del mundo. Primero visitamos Argentina y Uruguay, luego pasamos a Chile, para terminar felizmente recorriendo el Perú desde el sur, en Tacná, hasta llegar a Lima y así concluir nuestro viaje.

 

Recuerdo que en el norte de Chile, en Iquique, fuimos a una agencia de viajes a solicitar nos prepararan un tour que nos permitiera conocer lo mejor y más interesante del Perú. Cuando regresamos para conocer el itinerario, éste incluía Arequipa, Puno, el lago Titicaca, Cusco y Lima. Ahí fue cuando nos enteramos que Machu Picchu se encontraba en Cusco, que para llegar debíamos viajar en tren y hospedarnos la noche previa en Aguascalientes, ya que Machu Picchu se encuentra en la cúspide de las montañas que rodean al pueblo.

 

Una vez hecho el acuerdo con la agencia de viajes, todavía pasamos un par de días más en ese destino chileno. Recuerdo que deseábamos viajar a Bolivia a visitar a nuestra prima Lulú que ahí vive, pero el trayecto por carretera se volvía imposible de cumplir por la temporada de lluvias y la crecida de los ríos que había que atravesar.

 

Conocimos Arequipa, Puno y disfrutamos de una noche en una isla del lago Titicaca. Volvimos a Puno para salir con rumbo a Cusco, sitio donde pasaríamos la mayor parte del tiempo de nuestra estancia en el Perú debido a que ahí había muchos sitios qué conocer. Todo fue muy hermoso y visitamos innumerables lugares y gente. Estábamos dichosos por todos los traslados. 

 

El viaje a Machu Picchu estaba programado para que pasáramos una noche en Aguascalientes por lo que traíamos una pequeña maleta con los implementos necesarios. El día que culminaría en el tren con rumbo a Aguascalientes los organizadores nos llevarían primero al valle del Inca y a Oyantaitambo, una hermosa ciudad que ha cuidado correctamente todos los vestigios incas y que nos dejó verdaderamente sorprendidos. Ese día caminamos por los sitios históricos de ese lugar, sabedores que el descanso empezaría en el tren y posteriormente culminaría en el hotel de Aguascalientes. Recuerdo con toda claridad haber guardado los boletos del tren en mi bolsa y haber visto que la hora de partida era a las 8 pm. Así que desde las 6 de la tarde decidimos ir a comer a un restaurante típico y abrimos una botella de vino tinto que acompañó nuestros alimentos. Recuerdo que con el cansancio, iba llegando gradualmente una embriaguez que nos mantuvo riéndonos durante la comida. Decidimos ir a la estación del tren con toda anticipación para que no nos fuera a dejar. El camino estaba lleno de presagios que no supimos leer. Esa noche había una luna llena que iluminaba las hermosas calles empedradas del pueblo. 




 

A la estación llegamos como a las 7 y media y de inmediato mi hermano se dirigió a la taquilla mostrando los boletos. Regresó enfurecidísimo y maldiciendo a su paso. Luzma y yo nos alarmamos. No sabíamos qué estaba pasando. Nuestro tren ya había salido y la cita era a las ¡18 horas! Otro ferrocarril iba a salir a las 8 de la noche y era el último del día. Quisimos comprar lugares en ése y por el aniversario de Machu Picchu estaba saturado. Ahí fue cuando empezamos a discutir echándonos la culpa unos a otros. Hablamos con los operadores del tren, taxistas y demás personal que encontramos en la estación para ver si podríamos ir en taxi, alquilar un auto o llegar en autobús, pero la respuesta fue una: el único modo de llegar a Aguascalientes y posteriormente a Machu Picchu era por tren o caminando y si elegíamos llegar caminando, debimos empezar días antes.



 

Estábamos desesperados; la posibilidad de perder nuestra oportunidad de conocer Machu Picchu se desvanecía. De verdad, quería sentarme en el piso a llorar y para calmarme, empecé a caminar por la estación tratando de encontrar la solución de uno u otro modo. Y de repente, ésta salió de los andenes del tren que acababa de llegar: nuestra guía que nos estaba acompañado en todos los paseos en Cusco iba llegando para dirigirse a Aguascalientes a encontrarse con nosotros, precisamente.

Le grité a Eric y corrimos a su alcance. Le explicamos nuestra situación y,  completamente sorprendida, nos dijo que nada se podía hacer ya. Eric le insistió que buscara alguna solución. Hizo varias llamadas y nos comunicó que tendríamos que hacer una largo rodeo para llegar a la estación más próxima a Aguascalientes y desde ahí, abordar el tren. Nos pareció la solución justa. Pero ella se guardó decirnos algunos detalles…

 

Caminamos hasta una calle donde pasaba un camión local que abordamos. Éste nos acercó a una terminal de autobuses que recorren los poblados ubicados en los costados de los Andes, montañas que vigilan celosamente los caminos que llevan a Machu Picchu. En esa terminal abordamos un autobús que venía repleto. Afortunadamente, encontré un lugar ubicado tres sitios atrás del chofer. Eric, Luzma y la guía se fueron al fondo del autobús y se sentaron conforme los pasajeros iban llegando a su destino y abandonando su asiento. 

 


El lugar que me tocó daba al pasillo y la señora que venía sentada junto a la ventana la había abierto y de inmediato se quedó profundamente dormida. Yo intenté sin éxito cerrarla, pues estábamos el pleno invierno, hacía mucho frío y además, atravesaríamos los Andes. Me sumí en el asiento. Mi atuendo consistente en pantalón, botas, una blusa de manga larga y cuello alto, suéter de alpaca súper calientito, chamarra, gabardina, bufanda y gorro constituían una barrera para que el frío que entraba por esa ventana abierta no causara daño alguno. Sin embargo, temblaba de frío y angustia. 

El autobús hizo paradas en cada localidad que pasaba. Gente subía y gente bajaba con sus paquetes y sus animalitos. Intenté dormir porque la ruta era en ascenso lleno de curvas, pero el paisaje que advertía por la ventana abierta era la nieve de las montañas y la luz de la luna les daba un matiz sutilmente morado, verde, azul que nunca esperé ver. El paisaje y el frío me habían hechizado. Hasta que un gran alboroto entre las personas que venían de pie en el pasillo del autobús despertó a los pasajeros que habían caído en los brazos de Morfeo. Intenté poner atención para saber cuál era el problema: el perrito que cargaba una señora empezó a vomitar y las personas que la rodeaban le exigían que se bajara. Y así se hicieron a los gritos. Todos alzamos la voz en un momento dado, casi en la cúspide de alguna de las viejas montañas andinas. 

 


El chofer detuvo el camión y nos recomendó que debíamos guardar la calma, le preguntó a la señora del perrito vomitón dónde se bajaría, contestando ella que en el poblado próximo, acabando con el aquelarre en cuestión. El resultado fue que los pasajeros abrieron las ventanas porque el olor a vomitona canina empezó a cundir en el sensible olfato de los pasajeros. Los cuerpos de los humanos viajantes en ese autobús se arrimaron para darse calor, acostumbrados como estaban a ese gélido clima.

 

Así pasamos más poblados y más personas subían y bajaban del autobús adormilado hasta que llegamos a nuestro destino. Al bajar, una camioneta de servicios turísticos nos esperaba. El chofer era otro guía amigo de nuestra conductora de viaje y venía a recogernos para llevarnos a dormir en un hotel ubicado entre las montañas. Es menester informar que a estas alturas de la aventura, eran alrededor de la una o dos de la mañana. Yo me senté en el lugar que estaba sobre la llanta trasera del lado del chofer. Nuestra guía al lado del mismo y mi hermano y Luzma se ubicaron delante de mí. 

 



Imagino que la guía se interesó en hacerle la plática a su amigo por la hora que era, no se fuera a dormir. Y así, emprendimos el camino hacia el dichoso hotel. La carretera que nos llevaba era un camino de terracería muy estrecho y exactamente a mi lado corría un río caudaloso. Había momentos que la “carretera” era tan estrecha que la llanta debajo de mi asiento, no pisaba el suelo. Había veces que en el camino se encontraba algún vehículo en el lado opuesto y su reto era lograr que ninguno de los dos cayera al río, operación especialmente complicada. Nuestra guía y su amigo habrán pensado que íbamos dormidos pues iban platicando espeluznantes historias, como por ejemplo, ella le preguntó a él qué le había sucedido al poblado que estábamos pasando (recuerdo haber voleado y no vi ningún poblado). El conductor le contestó que la crecida del río se lo había llevado matando a todos sus habitantes y barriendo con todo lo que ahí había y que desde entonces pasar por ese lugar era un reto pues espantaban mucho. En ese instante,  Luzma y yo nos miramos con los ojos como platos. Un reclamo que hizo nuestra guía fue por qué ir tan rápido a lo que el conductor le respondió que en esa zona asaltaban mucho y con violencia, por eso pisaba fuerte el acelerador. Yo solo miraba por la ventana y notaba que la llanta no hacía contacto con el piso… Así fuimos hasta que llegamos a una casa muy humilde que hacía las veces de hotel de montaña. Yo solo esperé que me señalaran el lugar donde debía dormir y tan solo me eché como perro apaleado.

 

Nos despertaron a las 5 de la mañana pues todavía nos esperaba un largo camino hasta la estación de tren que nos llevaría a Aguascalientes. Subí como autómata a la camioneta. 

Luzma y Eric me preguntaron si había logrado dormir, pues en el patio de la casa donde pernoctamos hubo una gran pelea de perros contra gatos. Solo les contesté que no me había dado cuenta. 

 

Conforme recorrimos el camino, advertimos el peligro que habíamos pasado ahí horas antes y en la total oscuridad de la madrugada. Las orejas se nos pegaban a la nuca.

 


Poco antes de las siete de la mañana arribamos a la estación del tren que nos llevaría a nuestro ansiado destino: Aguascalientes y luego Machu Picchu.






jueves, 3 de junio de 2021

El Mictlán

EL MICTLÁN

 

Por Teresa Carreón

 

¿A dónde iremos

donde la muerte no existe?

Mas ¿por esto viviré llorando?

Que tu corazón se enderece:

aquí nadie vivirá para siempre.

Aun los príncipes a morir vinieron,

hay incineramiento de gente.

Que tu corazón se enderece:

aquí nadie vivirá para siempre.

 

Nezahualcóyotl (¿A dónde iremos?)[1]

 

Según la tradición mexicana, los fallecidos de muerte natural no se iban al cielo o al limbo, se iban al Mictlán, una especie de inframundo conocido como la ‘Tierra de los Muertos’, que implicaba un largo y peligroso viaje para las almas en busca de su último lugar de descanso. Es una cosmovisión de creencias nahuas referidas al espacio y al tiempo, estructurando un universo en parcelas o regiones determinadas por unas fuerzas vivas. Los caminos que tomaban las almas de los muertos no dependían de su comportamiento en vida, si no por el tipo de muerte que se tuviera y la ocupación que en vida habían tenido las personas

 

Fray Bernardino de Sahagún, considerado el “primer antropólogo de América” recolectó información en las fuentes de testimonios de ancianos indígenas y detalló cuatro lugares de permanencia de los descarnados: a Tonatiuhichan (la casa del sol) iban los guerreros que habían muerto en combate o en la piedra de los sacrificios. Las mujeres muertas en parto iban al paraíso llamado Cincalco (la casa del maíz). Los que morían ahogados, por un rayo o de alguna enfermedad que se consideraba relacionada con los dioses del agua, iban al Tlalocan (paraíso de Tláloc). Los que no tenían el privilegio de haber sido elegidos por el Sol o Tláloc se iban al Mictlán.[2]

Mictlán significaba para los antiguos mexicanos ‘En la región de los muertos’. Los que fallecían de muerte natural tenían que cumplir diferentes pruebas en compañía de un perro que era incinerado junto con el cadáver de su amo; atravesarían el sitio conformado por nueve planos extendidos bajo la tierra y orientados hacia el Norte. 

Sahagún nos dice que pasaban cuatro años antes de llegar a las estancias definitivas. Los deudos humedecían la cabeza del cadáver y le daban un jarro con agua pues debía pasar duras y penosas pruebas: atravesar entre dos montes que chocaban uno con otro, transitar un camino donde estaba una gigantesca lagartija verde, dejar atrás ocho páramos fríos y solitarios, pasar ocho cerros cimentados por filosos pedernales, desafiar un enérgico viento, atravesar por donde la gente es flechada, cruzar un lugar donde furiosos jaguares abren el pecho del muerto para comerse el corazón, entre otros.

Habiendo superado todos los obstáculos, el difunto ya podía atravesar un ancho y caudalosos río montado en su perro. Al otro lado se presentaría ante Mictlantecutli (Señor de la muerte) y Mictecacihuatl (Señora de la muerte), quienes regían y administraban el Mictlán. 

En la “Historia general de las cosas de la Nueva España” de fray Bernardino de Sahagún podemos leer que “…al tiempo que se morían los señores y nobles les metían en la boca una piedra verde que se dice chalchihuitl; y en la boca de la gente baja, metían una piedra que no era tan preciosa, y de poco valor, que se dice texoxoctli o piedra de navaja, porque dicen que la ponían por corazón al difunto…”.

Se afirmaba que el Míctlan era un lugar espacioso, oscurísimo, sin luz ni ventanas, de donde no se sale ni se puede volver. Según el Dr. Garibay[3], diversos autores lo han definido como "lugar de dañados": Mictlantli, o "Casa de la oscuridad": Y oa ichan, "Casa de la noche" yoalli ichan; región del misterio: Quenonamican, donde están los descarnados: Ximoayan.

 

Los Señores del Míctlan tenían como mensajeros al tecolote y la lechuza, ambos considerados como aves de pésimo agüero para los enfermos graves pues les presagiaban la muerte. Algunos códices ilustran el tema con reproducciones del templo de Mictlantecuhtli, en cuyo sitio principal está entronizado un tecolote, tal vez como nahual de la deidad. Este mensajero iba y venía al infierno y por esto le llamaban: Yaotequihua, que quiere decir mensajero del dios y de la diosa del infierno y la caja o ataúd del muerto era mikpetlakali.

 

Entonces, en el México actual se puede considerar que el Mictlán era el sitio de descanso de algunos muertos, sin importar el estrato al que pertenecieran.

 

 

 


 

 

 

 

 



[1] Martínez, J. L., Nezahualcóyotl. Vida y obra. Fondo de Cultura Económica, Lecturas Mexicanas 39, p. p. 211. 1972. México

[2] Caso, Alfonso, El Pueblo del Sol, México, 1961, Fondo de Cultura Económica, p.p. 78 a 83.

[3] Garibay K.: Historia de la Literatura Náhuatl, T. I. Ap. 6, pp. 195·96

 

jueves, 21 de mayo de 2020

Poema de Irma Pineda en el idioma de la gente nube

Con una delicadeza excepcional, esta poeta zapoteca retrata las maravillas y los dolores que acontecen en su comunidad.

Cándida

Jñaa bichiá neza lua’
ni rini’ ca beleguí ca
Gudaa ndaani’ diaga riuunda binnizá
Biluí’ naa ca lana ni ricá lu la’ya’
bisiidi naa guiquiiñe’ aju lu guendaró
cuaa bia’ya’ ni nanaxhi ne canela
qui gahua ni naí’ pa ca cayete ndaane’
qui guidxibe’ pa xidxilaa ique yoo dexa
ra gaca xu
Laabe rului’be naa ni qui ganna’
Xisi qui ñuu dxi ninabadiidxa’ jñaa
xi naca guendanabani
ora dxuguiiba’ chiné xheelalu’
Xi naca gudxiilulu’ ca dxi ca
ne xizaa nandaca ñeelu’ ra canazou’
Xi ne diidxa’ gabilu’ ca xhiiñilu’
xiinga “binni que guidxela”
Xi ne xigaba’ riuu bia’ ni que guinni
ca dxi nacahui ca
Xi ganda guzeeteneu’ guirá la
ca guidxi ni guzalu’ cuyubilu’ ti lu
guirá ca binniguenda guni’neu’ ti gului’ca lii
paraa guidxela ti binni zinecabe laa
**
Mi madre descifró para mis ojos
el lenguaje de las estrellas
Depositó en mis oídos los cantos de la gente nube
Me enseñó los signos de mi nombre
A usar el ajo en la comida
a medir el dulce y la canela
a evitar el limón cuando viene la regla
a no temer el crujido del techo de madera y teja
cuando la tierra tiembla
Ella resolvía las dudas
Pero nunca le pregunté a mi madre
cómo trascurre la vida
cuando los soldados se llevan al marido
Cómo se enfrenta lo cotidiano
con la incertidumbre tras los pies a cada paso
Con qué palabras se explica a los hijos
qué es “un desaparecido”
Con qué unidad se mide la ausencia
los días oscuros
Cómo nombrar de un solo golpe
las ciudades recorridas buscando un rostro
los espíritus consultados para tener indicios
de dónde encontrar a un desaparecido

En: https://masdemx.com/2019/05/irma-pineda-poeta-zapoteca-poemas-poesia-indigena-contemporanea/

miércoles, 17 de junio de 2015

LA COMIDA - PUEBLO TSELTAL - CHIAPAS, MÉXICO

Ventana a mi Comunidad / Tseltales - La comida


Serie de videos Ventana a mi Comunidad. Una producción de Videoservicios Profesionales SA de CV para la Coordinación General de Educación Intercultural y Bilingüe de la SEP, México.http://ventana.ilce.edu.mx

Una bellísima niña narra la comida de fiesta de su comunidad.