domingo, 18 de julio de 2021

CAMINO A MACHU PICCHU. Una aventura.



Viajar soñando con que todo salga como se ha planeado, como lo platicamos en días previos con los compañeros de viaje. Así deberían de pasar las cosas, como se han soñado. Pero no. Hay imponderables que son imposibles de superar. Como la distracción ocasionada durante la cúspide de un largo viaje de 50 días por Sudamérica.

 

En 2011, durante los días que Machu Picchu estaba cumpliendo 100 años de haberse hecho público su hallazgo por el estadounidense Hiram Bingham, a mi hermano Eric, su mujer Luzma y yo se nos ocurrió ir a conocer esa maravilla del mundo. Primero visitamos Argentina y Uruguay, luego pasamos a Chile, para terminar felizmente recorriendo el Perú desde el sur, en Tacná, hasta llegar a Lima y así concluir nuestro viaje.

 

Recuerdo que en el norte de Chile, en Iquique, fuimos a una agencia de viajes a solicitar nos prepararan un tour que nos permitiera conocer lo mejor y más interesante del Perú. Cuando regresamos para conocer el itinerario, éste incluía Arequipa, Puno, el lago Titicaca, Cusco y Lima. Ahí fue cuando nos enteramos que Machu Picchu se encontraba en Cusco, que para llegar debíamos viajar en tren y hospedarnos la noche previa en Aguascalientes, ya que Machu Picchu se encuentra en la cúspide de las montañas que rodean al pueblo.

 

Una vez hecho el acuerdo con la agencia de viajes, todavía pasamos un par de días más en ese destino chileno. Recuerdo que deseábamos viajar a Bolivia a visitar a nuestra prima Lulú que ahí vive, pero el trayecto por carretera se volvía imposible de cumplir por la temporada de lluvias y la crecida de los ríos que había que atravesar.

 

Conocimos Arequipa, Puno y disfrutamos de una noche en una isla del lago Titicaca. Volvimos a Puno para salir con rumbo a Cusco, sitio donde pasaríamos la mayor parte del tiempo de nuestra estancia en el Perú debido a que ahí había muchos sitios qué conocer. Todo fue muy hermoso y visitamos innumerables lugares y gente. Estábamos dichosos por todos los traslados. 

 

El viaje a Machu Picchu estaba programado para que pasáramos una noche en Aguascalientes por lo que traíamos una pequeña maleta con los implementos necesarios. El día que culminaría en el tren con rumbo a Aguascalientes los organizadores nos llevarían primero al valle del Inca y a Oyantaitambo, una hermosa ciudad que ha cuidado correctamente todos los vestigios incas y que nos dejó verdaderamente sorprendidos. Ese día caminamos por los sitios históricos de ese lugar, sabedores que el descanso empezaría en el tren y posteriormente culminaría en el hotel de Aguascalientes. Recuerdo con toda claridad haber guardado los boletos del tren en mi bolsa y haber visto que la hora de partida era a las 8 pm. Así que desde las 6 de la tarde decidimos ir a comer a un restaurante típico y abrimos una botella de vino tinto que acompañó nuestros alimentos. Recuerdo que con el cansancio, iba llegando gradualmente una embriaguez que nos mantuvo riéndonos durante la comida. Decidimos ir a la estación del tren con toda anticipación para que no nos fuera a dejar. El camino estaba lleno de presagios que no supimos leer. Esa noche había una luna llena que iluminaba las hermosas calles empedradas del pueblo. 




 

A la estación llegamos como a las 7 y media y de inmediato mi hermano se dirigió a la taquilla mostrando los boletos. Regresó enfurecidísimo y maldiciendo a su paso. Luzma y yo nos alarmamos. No sabíamos qué estaba pasando. Nuestro tren ya había salido y la cita era a las ¡18 horas! Otro ferrocarril iba a salir a las 8 de la noche y era el último del día. Quisimos comprar lugares en ése y por el aniversario de Machu Picchu estaba saturado. Ahí fue cuando empezamos a discutir echándonos la culpa unos a otros. Hablamos con los operadores del tren, taxistas y demás personal que encontramos en la estación para ver si podríamos ir en taxi, alquilar un auto o llegar en autobús, pero la respuesta fue una: el único modo de llegar a Aguascalientes y posteriormente a Machu Picchu era por tren o caminando y si elegíamos llegar caminando, debimos empezar días antes.



 

Estábamos desesperados; la posibilidad de perder nuestra oportunidad de conocer Machu Picchu se desvanecía. De verdad, quería sentarme en el piso a llorar y para calmarme, empecé a caminar por la estación tratando de encontrar la solución de uno u otro modo. Y de repente, ésta salió de los andenes del tren que acababa de llegar: nuestra guía que nos estaba acompañado en todos los paseos en Cusco iba llegando para dirigirse a Aguascalientes a encontrarse con nosotros, precisamente.

Le grité a Eric y corrimos a su alcance. Le explicamos nuestra situación y,  completamente sorprendida, nos dijo que nada se podía hacer ya. Eric le insistió que buscara alguna solución. Hizo varias llamadas y nos comunicó que tendríamos que hacer una largo rodeo para llegar a la estación más próxima a Aguascalientes y desde ahí, abordar el tren. Nos pareció la solución justa. Pero ella se guardó decirnos algunos detalles…

 

Caminamos hasta una calle donde pasaba un camión local que abordamos. Éste nos acercó a una terminal de autobuses que recorren los poblados ubicados en los costados de los Andes, montañas que vigilan celosamente los caminos que llevan a Machu Picchu. En esa terminal abordamos un autobús que venía repleto. Afortunadamente, encontré un lugar ubicado tres sitios atrás del chofer. Eric, Luzma y la guía se fueron al fondo del autobús y se sentaron conforme los pasajeros iban llegando a su destino y abandonando su asiento. 

 


El lugar que me tocó daba al pasillo y la señora que venía sentada junto a la ventana la había abierto y de inmediato se quedó profundamente dormida. Yo intenté sin éxito cerrarla, pues estábamos el pleno invierno, hacía mucho frío y además, atravesaríamos los Andes. Me sumí en el asiento. Mi atuendo consistente en pantalón, botas, una blusa de manga larga y cuello alto, suéter de alpaca súper calientito, chamarra, gabardina, bufanda y gorro constituían una barrera para que el frío que entraba por esa ventana abierta no causara daño alguno. Sin embargo, temblaba de frío y angustia. 

El autobús hizo paradas en cada localidad que pasaba. Gente subía y gente bajaba con sus paquetes y sus animalitos. Intenté dormir porque la ruta era en ascenso lleno de curvas, pero el paisaje que advertía por la ventana abierta era la nieve de las montañas y la luz de la luna les daba un matiz sutilmente morado, verde, azul que nunca esperé ver. El paisaje y el frío me habían hechizado. Hasta que un gran alboroto entre las personas que venían de pie en el pasillo del autobús despertó a los pasajeros que habían caído en los brazos de Morfeo. Intenté poner atención para saber cuál era el problema: el perrito que cargaba una señora empezó a vomitar y las personas que la rodeaban le exigían que se bajara. Y así se hicieron a los gritos. Todos alzamos la voz en un momento dado, casi en la cúspide de alguna de las viejas montañas andinas. 

 


El chofer detuvo el camión y nos recomendó que debíamos guardar la calma, le preguntó a la señora del perrito vomitón dónde se bajaría, contestando ella que en el poblado próximo, acabando con el aquelarre en cuestión. El resultado fue que los pasajeros abrieron las ventanas porque el olor a vomitona canina empezó a cundir en el sensible olfato de los pasajeros. Los cuerpos de los humanos viajantes en ese autobús se arrimaron para darse calor, acostumbrados como estaban a ese gélido clima.

 

Así pasamos más poblados y más personas subían y bajaban del autobús adormilado hasta que llegamos a nuestro destino. Al bajar, una camioneta de servicios turísticos nos esperaba. El chofer era otro guía amigo de nuestra conductora de viaje y venía a recogernos para llevarnos a dormir en un hotel ubicado entre las montañas. Es menester informar que a estas alturas de la aventura, eran alrededor de la una o dos de la mañana. Yo me senté en el lugar que estaba sobre la llanta trasera del lado del chofer. Nuestra guía al lado del mismo y mi hermano y Luzma se ubicaron delante de mí. 

 



Imagino que la guía se interesó en hacerle la plática a su amigo por la hora que era, no se fuera a dormir. Y así, emprendimos el camino hacia el dichoso hotel. La carretera que nos llevaba era un camino de terracería muy estrecho y exactamente a mi lado corría un río caudaloso. Había momentos que la “carretera” era tan estrecha que la llanta debajo de mi asiento, no pisaba el suelo. Había veces que en el camino se encontraba algún vehículo en el lado opuesto y su reto era lograr que ninguno de los dos cayera al río, operación especialmente complicada. Nuestra guía y su amigo habrán pensado que íbamos dormidos pues iban platicando espeluznantes historias, como por ejemplo, ella le preguntó a él qué le había sucedido al poblado que estábamos pasando (recuerdo haber voleado y no vi ningún poblado). El conductor le contestó que la crecida del río se lo había llevado matando a todos sus habitantes y barriendo con todo lo que ahí había y que desde entonces pasar por ese lugar era un reto pues espantaban mucho. En ese instante,  Luzma y yo nos miramos con los ojos como platos. Un reclamo que hizo nuestra guía fue por qué ir tan rápido a lo que el conductor le respondió que en esa zona asaltaban mucho y con violencia, por eso pisaba fuerte el acelerador. Yo solo miraba por la ventana y notaba que la llanta no hacía contacto con el piso… Así fuimos hasta que llegamos a una casa muy humilde que hacía las veces de hotel de montaña. Yo solo esperé que me señalaran el lugar donde debía dormir y tan solo me eché como perro apaleado.

 

Nos despertaron a las 5 de la mañana pues todavía nos esperaba un largo camino hasta la estación de tren que nos llevaría a Aguascalientes. Subí como autómata a la camioneta. 

Luzma y Eric me preguntaron si había logrado dormir, pues en el patio de la casa donde pernoctamos hubo una gran pelea de perros contra gatos. Solo les contesté que no me había dado cuenta. 

 

Conforme recorrimos el camino, advertimos el peligro que habíamos pasado ahí horas antes y en la total oscuridad de la madrugada. Las orejas se nos pegaban a la nuca.

 


Poco antes de las siete de la mañana arribamos a la estación del tren que nos llevaría a nuestro ansiado destino: Aguascalientes y luego Machu Picchu.