EL MICTLÁN
Por Teresa Carreón
¿A dónde iremos
donde la muerte no existe?
Mas ¿por esto viviré llorando?
Que tu corazón se enderece:
aquí nadie vivirá para siempre.
Aun los príncipes a morir vinieron,
hay incineramiento de gente.
Que tu corazón se enderece:
aquí nadie vivirá para siempre.
Nezahualcóyotl (¿A dónde iremos?)[1]
Según la tradición mexicana, los fallecidos de muerte natural no se iban al cielo o al limbo, se iban al Mictlán, una especie de inframundo conocido como la ‘Tierra de los Muertos’, que implicaba un largo y peligroso viaje para las almas en busca de su último lugar de descanso. Es una cosmovisión de creencias nahuas referidas al espacio y al tiempo, estructurando un universo en parcelas o regiones determinadas por unas fuerzas vivas. Los caminos que tomaban las almas de los muertos no dependían de su comportamiento en vida, si no por el tipo de muerte que se tuviera y la ocupación que en vida habían tenido las personas.
Fray Bernardino de Sahagún, considerado el “primer antropólogo de América” recolectó información en las fuentes de testimonios de ancianos indígenas y detalló cuatro lugares de permanencia de los descarnados: a Tonatiuhichan (la casa del sol) iban los guerreros que habían muerto en combate o en la piedra de los sacrificios. Las mujeres muertas en parto iban al paraíso llamado Cincalco (la casa del maíz). Los que morían ahogados, por un rayo o de alguna enfermedad que se consideraba relacionada con los dioses del agua, iban al Tlalocan (paraíso de Tláloc). Los que no tenían el privilegio de haber sido elegidos por el Sol o Tláloc se iban al Mictlán.[2]
Mictlán significaba para los antiguos mexicanos ‘En la región de los muertos’. Los que fallecían de muerte natural tenían que cumplir diferentes pruebas en compañía de un perro que era incinerado junto con el cadáver de su amo; atravesarían el sitio conformado por nueve planos extendidos bajo la tierra y orientados hacia el Norte.
Sahagún nos dice que pasaban cuatro años antes de llegar a las estancias definitivas. Los deudos humedecían la cabeza del cadáver y le daban un jarro con agua pues debía pasar duras y penosas pruebas: atravesar entre dos montes que chocaban uno con otro, transitar un camino donde estaba una gigantesca lagartija verde, dejar atrás ocho páramos fríos y solitarios, pasar ocho cerros cimentados por filosos pedernales, desafiar un enérgico viento, atravesar por donde la gente es flechada, cruzar un lugar donde furiosos jaguares abren el pecho del muerto para comerse el corazón, entre otros.
Habiendo superado todos los obstáculos, el difunto ya podía atravesar un ancho y caudalosos río montado en su perro. Al otro lado se presentaría ante Mictlantecutli (Señor de la muerte) y Mictecacihuatl (Señora de la muerte), quienes regían y administraban el Mictlán.
En la “Historia general de las cosas de la Nueva España” de fray Bernardino de Sahagún podemos leer que “…al tiempo que se morían los señores y nobles les metían en la boca una piedra verde que se dice chalchihuitl; y en la boca de la gente baja, metían una piedra que no era tan preciosa, y de poco valor, que se dice texoxoctli o piedra de navaja, porque dicen que la ponían por corazón al difunto…”.
Se afirmaba que el Míctlan era un lugar espacioso, oscurísimo, sin luz ni ventanas, de donde no se sale ni se puede volver. Según el Dr. Garibay[3], diversos autores lo han definido como "lugar de dañados": Mictlantli, o "Casa de la oscuridad": Y oa ichan, "Casa de la noche" yoalli ichan; región del misterio: Quenonamican, donde están los descarnados: Ximoayan.
Los Señores del Míctlan tenían como mensajeros al tecolote y la lechuza, ambos considerados como aves de pésimo agüero para los enfermos graves pues les presagiaban la muerte. Algunos códices ilustran el tema con reproducciones del templo de Mictlantecuhtli, en cuyo sitio principal está entronizado un tecolote, tal vez como nahual de la deidad. Este mensajero iba y venía al infierno y por esto le llamaban: Yaotequihua, que quiere decir mensajero del dios y de la diosa del infierno y la caja o ataúd del muerto era mikpetlakali.
Entonces, en el México actual se puede considerar que el Mictlán era el sitio de descanso de algunos muertos, sin importar el estrato al que pertenecieran.